diumenge, de desembre 25, 2005

Eso que se llama Navidad

He logrado por fin desligarme por completo de eso tan molesto que se conoce como "Navidad". He logrado que para mí no sea distinto de otro día. Nada de ir a casa de nadie, ni nadie que se atreva a asomar las narices en mi madriguera. Un domingo, pues, como otro cualquiera, sin ningún mal sentimiento; al contrario, más bien alegría: he pasado el día en pijama, he hecho lo que me ha dado la real gana, he disfrutado de tranquilidad y de mi (voluntaria) soledad y os puedo asegurar que no he echado de menos a nadie. No he sido infeliz en absoluto.

Alguno lo llamaría, quizá, egoismo. Yo lo llamo practicidad. A mi edad (los 35 que estoy a punto de cumplir ya es una edad provecta) hay que ser práctico y no complicarse la vida. Y acudir a cenas y comidas que no apetecen con personas y familiares a quien no te apetece tampoco ver es exactamente el método más directo hacia la infelicidad y hacia la complicación. Qué queréis que os diga, pero me apetecía muchísimo más pasar este día en compañía de mi gato. ¿Demasiadas horas con un animal por única compañía?Es posible, es posible. Pero la cuestión es que hace mucho que acabé prefiriendo la compañía de animales a la de personas. En realidad vivo como una ermitaña, sólo que no lo hago en una cueva, tengo Internet y acudo al trabajo para poderme mantener. Aparte de eso, soy una ermitaña.

No recuerdo quién fue que dijo algo así como que el demasiado amor a los humanos (o a lo humano) llevaba a la misantropía, al refugio. Quizá fue Nietzsche (tiene muchos números para haberlo dicho), en uno de sus aforismos. Vendría a ser una "indigestión de humanidad". Aunque no me convence mucho. La humanidad tiene cosas buenas, no lo niego; sin embargo, le veo más inconvenientes que ventajas y más capaz de causar infelicidad que felicidad. No puedo hacer ahora que me guste más de lo que me gusta. Con el tiempo he aprendido a llevarlo mejor, a tratar con los humanos mejor, a sentirme mejor y a evitar a aquellos que no me aportan nada, pero básicamente me prefiero a mí misma por compañía en muchas ocasiones. Y ahora que tengo plenamente asumido esto, sin vergüenzas ni resentimientos, soy mucho más feliz de lo que antes llegué a ser, cuando quería que me gustara (y lo intentaba) lo que no me gusta ni me puede gustarme.

No me entiendo con mis semejantes. Los humanos que viven entre humanos son ellos, ¿por qué, pues, no se entienden con los instrumentos variados que la naturaleza les (nos) ha dado? ¿de qué sirve el arte, o la literatura, si a fin de cuentas no hacen más que comportarse como animales y además de los más estúpidos? Sólo de manera individual se revelan en ellos cualidades humanas que aprecio, busco y necesito. Pero en caso contrario, si no las encuentro prefiero estar con mi gato y escribirme a mí misma. Resulta más gratificante.

Así, las fiestas las paso en casa como cualquier otro día, feliz y contenta y supongo que un poco como las deben de pasar los miembros de otras confesiones que no celebran la Navidad (Vg. Testigos de Jehová, musulmanes, etc.) aunque con la -para mí- ventaja de no tenerme que plegar a ningún dios, ya que no creo en él. Somos animales absurdos. Y tenemos tanto miedo y nos sentimos tan solos y desamparados que necesitamos inventarnos a un dios que nos haga de padre protector, vigilante y premiador. Esto me parece lo más triste que uno puede hacer, pero no voy a meterme con las creencias de la gente. Simplemente, explico por qué yo no creo.

Dedicado a mis parientes (que me consideran extravagante y rara) y a mis vecinos, que me deben de tener por Testigo de Jehová, por decir algo.