Podríamos pasar el rato resolviendo crucigramas, ante el televisor, planchando o simplemente durmiendo. Pero en lugar de hacer esas cosas, u otras, escribimos. Escribimos a mano, en libretas, cuartillas, servilletas de papel, a ordenador en el procesador de textos o en blogs. Vamos poniendo palabras una tras de otra como si ensartáramos cuentas en un collar, corrigiendo, deshaciendo, modificando, preocupándonos por si hemos escrito el verbo "hacer" demasiadas veces, buscando sinónimos para no repetirnos. En definitiva, escribimos. ¿Por qué? Según algunos autores se escribe para embellecer la vida, para dotarla de una estética y una calidad que difícilmente notamos mientras vivimos y que podemos de este modo saborear a posteriori infinitas veces, recreándonos en un placer que, sin duda, es más imaginario que real. Sin embargo, eso no es suficiente. A veces no basta con embellecer la vida escribiendo. Es necesario algo más: escribimos para ocupar el tiempo y la mente en algo aparentemente productivo, para sosegarnos por un rato, para no pensar en las cosas que no nos gustan o bien para organizar nuestros pensamientos. Y aún hay otro motivo para escribir, según algunos críticos literarios: compensarnos a nosotros mismos por las cosas que la vida no nos ha dado, por las razones que sean. Según estos críticos, por ejemplo, Emliy Brönte escribió su única novela para compensarse por la vida solitaria y austera que se había visto obligada a llevar en el páramo. No puedo estar menos de acuerdo con esta idea, ya que me resulta evidente que si la autora escribió ese libro era simplemente porque le apetecía, y sin duda le tuvo ocupada un tiempo redactando, organizando la estructura del texto (el argumento no sigue un orden lineal), corrigiendo y pasando a limpio. Y si pretendía compensarse esa novela precisamente era lo menos apropiado, por su contenido.
Hay que tener en cuenta que cuando llevas un libro dentro pugnando por ser redactado por completo, se convierte en una obsesión que ocupa tu tiempo libre, tus pensamientos, tus actos. Vas por la calle pensando en la historia como otros, a la misma hora y lugar, pueden estar pensando en el ser objeto de su deseo. Caminas con la mente llena de palabras, las ya escritas que quizá pueden ser mejoradas, y las que querrías escribir a continuación, contemplando imágenes surgidas de tu mente que luego plasmarás en el texto, estableciendo conexiones entre los hechos y personajes... Y llegas a casa como poseído y te diriges, falto de tiempo, a vomitar por escrito todo lo que se ha fraguado en tu mente durante el rato que te has visto obligado a alejarte del texto.
Esto no es compensarse con la literatura. Esto entra más en el terreno de las obsesiones, pero en este caso se trata de una obsesión pasajera, de tipo positivo, porque dará lugar a un texto, a un producto, a algo tangible a lo que has dedicado tiempo y trabajo (y el trabajo siempre dignifica, aunque escribir se considere una "actividad menor"). Descarto, pues, el argumento de escribir como compensación. Si uno quiere compensarse, no hace falta que se ponga a escribir: basta con dejar volar la imaginación y sumergirse en fantasías agradables, y si se tercia, puede también dedicarse al onanismo, físico y mental. Escribir es toda otra cosa: un acto obsesivo, que tiende a un fin, y mediante el cual convertimos el mundo en algo más estético a la par que haciéndolo nos distraemos intelectualmente de todo lo que nos cansa, duele, atenaza y asusta o aburre de nuestra vida. Nótese la cursiva de intelectualmente. Es fundamental que nos proporcione distracción intelectual, porque en caso contrario no escribiríamos, sino que dedicaríamos ese tiempo al sexo, o quizá incluso al deporte. Finalmente, escribir es un acto de vanidad: escribir nos "pone", y nos gusta esa sensación de algo parecido al dominio del mundo, nos hace sentirnos pequeños dioses que hacen y deshacen, que crean y destruyen sin motivos personales, sólo porque eso es la clase de cosas que hacen los pequeños dioses, sencillamente porque pueden hacerlo. Porque no todos pueden.
dissabte, de febrer 28, 2009
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